¿Eres alguien que suele rezar? ¿Te has preguntado por qué cuando una
densa niebla impide que el futuro parezca lúcido, miras hacia el cielo y
le ruegas al más alto de los robles que ilumine tu camino a través de
la penumbra? Tal vez...
Cuando Él creo la tierra, los mares, el
cielo y la luz, también dio vida a seres étereos de luminiscente
candela. Los llamó sus hijos, concediéndoles un par de alas majestuosas y
blancas como la nieve, que nacían a partir de los homóplatos. Con
ellas, ellos fueron capaces de planear sobre la superficie virgen de los
océanos y nadar livianos entre la sedosas nubes, y mirar de frente el
sol.
-Vas a llamarte Ángel. Y este es el reino en
el que has de vivir. Serás etéreo y perpetuo, para que permanezcas a mi
lado por la eternidad. Te he llenado de amor, para dar a todo aquel que
sufra bajo el implacable yugo de la soledad, y de una infinitia
misericordia, para ofrecer tu mano en mi nombre a todo aquel que implore
nuestra ayuda. -Esto dijo a cada uno de aquellas bellas criaturas, y a cada una dio un nombre ignoto e impronunciable por labios mortales.
Posteriormente,
él pobló la tierra de seres imperfectos, mortales, asequibles en su
composición y llenos de susceptibilidades. Poseedores de cierta
peculiaridad llamada "Libre Albedrío" y dotados de un inexorable afan de
cometer errores. A esta singular creación, Él llamó "Humano". Pues, al
igual que a sus ángeles, lo llenó de amor, de caridad por sus
semejantes; puso dentro de él un alma solidaria y un corazón bondadoso.
Sin embargo, la diferencia entre un humano y un ángel no era la evidente
disimilitud entre la estética y el tiempo de vida de cada uno, sino que
los primeros podían decidir cómo utilizar estos dones, mientras que los
últimos, simplemente hacían uso de ellos porque así era la voluntad de
El Creador.
Desde los cielos, los seres inmateriales observaban con
suma curiosidad cada paso que los humanos daban. Para algunos de ellos,
cada pequeño defecto que poseían los hombres, como los llamaban también,
parecía maravillarlos. La manera en la que a algunos de ellos se les
escapaban gotas de agua por los ojos. El amor intensamente pasional que
eran capaces de albergar en un corazón tan frágil, mismo que también
podía ser anfitrión de un odio ponzoñoso. Esa inequiparable
irracionalidad que poseían sin remordimientos. El hecho de que cada paso
dado, podría ser el último. ¡Era un ser realmente fascinante! Algunos
ángeles se preguntaron ¿por qué Él nos hizo tan diferentes a ellos? Pero
ninguno desafió su voluntad.
Un día, un pequeño querubín se
acercó a su padre. Con inigualable inocencia clavo sus grandes ojos en
los írises serenos de El Señor, y preguntó con un candor único en un ser
etéreo: ¿Por qué me hiciste diferente a los hombres?
Él posó una mano dulcemente sobre el cabello del inocente angelito, y respondió:
Porque tú, mi adorable hijo, tienes un corazón endeble que sólo puede
poseer amor. Los hombres tienen corazones rígidos, son inflexibles y
están dotados de un carácter áspero. Para reconocer que posee el ímpetu
necesario, para permanecer estóico ante las más inconcebibles
calamidades. Entonces él hizo un afable gesto, y siguió con sus tareas.
Sin embargo, él ángel no estuvo satisfecho con la respuesta de su padre.
Así que en otra ocasión, volvió hacia él y preguntó nuevamente: -¿No
puedo ser yo un humano? ¿No puedo yo poseer un corazón como el de
ellos, con emociones, que pueda sentir dolor y odio también?
-Él creador de todo, aunque algo desconcertado por la insistencia de su inocente ser de luz, respondió, lleno de amor: Tú
eres uno de mis hijos eternos. No puedes ser un hombre porque tu alma
no es de hierro como la de ellos. No puedo forjarte un alma de hierro,
porque tu sutiles alas no podrían transportar más tu cuerpo. No podrías
volver a este reino, ni jugar otra vez con tus hermanos. Mi querido
hijo, tú no has sido hecho para vivir una vida como la de los hombres.
Ustedes son perpetuos, porque la humanidad necesita del amor de ustedes y
mío. Los seres terrenales son mortales, porque si no lo fueran,
llevarían sobre sus hombres cargas intolerablemente abrumadoras y sería
demasiado para ellos. -Él Padre se acercó a su hijo. Puso una mano suavemente en su hombre, y tras un suspiro taciturno le preguntó: ¿Por qué me preguntas todo esto? ¿Envidias acaso a los hombres?
El
ángel se sintió intimidado por la imperturbable mirada adusta de su
padre, y guardó silencio por unos instantes. Tentado a retractarse y
olvidar el tema por el resto de la eternida, pensó que si su alma era
tan endeble como Él decía ese sería el dictamen al que debiera atarse
para siempre. Por lo tanto, desenterró de sí un valor que no es usual en
un alma etérea y respondió a la pregunta de su Padre.
-Por favor,
quiero ser un humano. Anhelo mucho vivir entre ellos. Añoro saber por
qué una caricia significa más que la vida eterna, y por qué cuando una
de sus almas asciende a este reino, algunos derraman lágrimas y lo
desean en su tierra nuevamente. Quiero tener defectos y un futuro
incierto. Por favor. No te desafío. Tan sólo quiero tener en mi alma
toda esa gama de emociones...
-Él suspiró. Dio la media
vuelta, dando la espalda hacia su ángel y permaneció callado. El Ángel
no sabía si marcharse o permanecer ahí el tiempo que fuera necesario
para que Dios respondiera a sus plegarias, cuando súbitamente El Padre
regresó el frente hacia el ser.
-Una vez que seas un hombre -comenzó
-No podrás volver aquí. Escucha atentamente esto. No habrá forma alguna
en que puedas acortar tu estancia en la tierra, ni siquiera muriendo
antes de lo que debieras. Escúchame muy bien. No todos los hombres son
buenos, pues yo les he dado el libre albedrío de decidir con qué
sentimientos llenar sus corazones. Algunos van a dañarte y vas a amar a
otros de tal forma que habrá ocasiones en que sentirás dolor al amarlos.
Tienes que estar consciente de que cada paso podría ser el último, y
que cuando regreses aquí al morir, dejarás allá a todas las personas que
se volvieron indispensables para ti. Ser humano conlleva una inmensa
alegría, pero de la misma forma habrá ocasiones en que tendrás que
soportar un suplicio desgarrador. Sólo te pido una última cosa antes de
que tomes una desición; no te olvides de mi. Habla conmigo todos los
días, cuéntame cómo te va, dime lo que piensas y lo que sientes, y si
tienes algún problema no dudes en acudir a mi porque, aunque ya no podré
responderte pues no viviremos más en el mismo plano, siempre estaré
viéndote. Te ayudaré sin importar lo que sea. Pero recuerda, mi amado
hijo, que estando allá tendrás que luchar contra las calamidades con tu
propia fortaleza. Yo estaré cuidándote todo el tiempo, y si te falta el
aliento yo te lo daré.
El pequeño ángel, aunque temeroso, escuchaba atentamente lo que Dios tenía para decirle.
-¿Entonces? ¿Qué decides? ¿Quedarte aquí, o irte a la tierra?
-Aún después de oir todo esto, quiero ser un hombre. Por favor, hazme uno.
Él
asintió con una sonrisa dibujada en el sereno rostro. Abrazó
fuertemente a su Ángel, y este le obsequió a su Padre sus primeras
lágrimas de pena al despedirse de Él.
Querido Padre:
Ser
humano no es sencillo. Los días aquí tienen sólo 24 horas y hay tantas
cosas por hacer en este mundo que a veces el tiempo no parece
suficiente. Parece que planear con demasía el futuro no funciona en este
mundo y acongojarse por el pasado mucho menos. Lo único que realmente
importa es el presente. La manera en que uno puede llegar a amar es tan
maravillosa como macabra. El sufrimiento que el corazón puede llegar a
sentir es inenarrable. Sobre todo cuando amas con lo que los hombres
llaman "locura". Aquí no se puede volar hasta llegar a lado de la
persona que anhelas ver con toda el alma, y las despedidas son tristes y
llenas de llanto. ¿Puedes creer que aunque dos personas se amen, no
siempre pueden estar juntas? Yo todavía no puedo entenderlo. El corazón
que le diste a los hombres está lleno de buenos y hermosos sentimientos,
y aún así hay algunos que se empeñan en llenarlo de ponzoña y
sentimientos tan ácidos que acaban por consumirlo. Ser humano es muy
doloroso. A veces recuerdo cuando dijiste que mi corazón era frágil que
mi alma no era de hierro, y pienso en cuánta razón tuviste. Lloro todos
los días y siento un gran pesar con frecuencia.
Pero, Amado
Padre, hay algo que debo también confesarte. También río todos los días y
soy muy feliz cuando estoy a lado de las personas que amo con toda el
alma. Todavía conservo esta inocencia etérea de cuando solía ser un ser
celestial, y muchas personas me han hecho daño. Pues nunca me esperé que
lo hicieran, y por ello no tomé mis precauciones. Pero te agradezco
tanto que compensaste todo ese sufrimiento trayendo a mi lado a más
seres maravillosos, tan magníficos que me recuerdan a mis hermanos.
Cuando mi alma se siente gélida, las lágrimas que brotan de mis ojos son
tan tibias que terminan por derretir esa tristeza glacial que me invade
a veces. Aunque todavía no dejo de sentirme como un forastero, hay
humanos tan acogedores que me siento como en casa. Desde que llegué
aquí, he notado que tengo muchos defectos, al igual que todos los
hombres y a veces la convivencia es difícil, pero también poseemos
hermosas virtudes que salen a irradiar su belleza en los días más
nublados. Padre, no sabes cuánto te agradezco que me hayas concedido
este deseo. Ser un humano es lo más maravilloso que hay.
Te amo.
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