La
heroína te roba todo: aleja a tus amigos, a tu familia, te quedas sin empleo,
sin esperanzas por las cuales vivir, sin los sueños que nacen de ilusiones, sin
esos recuerdos que aparecen en la mente a la media noche. Sin vida. Como jugar
a la ruleta rusa. El último recuerdo que tengo de ella es la aguja de la jeringa
entrando por una vena en mi mano, deslizando su letal contenido, sensual y
seductor a través de mi torrente sanguíneo.
Conseguir
plata, comprar heroína, inyectarse. El viaje. Las estrellas; los colores; el
océano en un cuadro, la arena en mis manos; todo a través de una aguja. Luego,
el descenso. El triste regreso a la monotonía de la realidad. Y volver a
empezar.
Inyectarse
heroína te cambia la vida. Antes te preocupabas por los mismos banales asuntos
que el resto de las masas; después sólo te importa saber cómo obtener la droga.
Incluso después de haberla dejado tras muchos vanos e infernales intentos,
pienso en ella cada día de mi vida como si de un antiguo e inolvidable amor se
tratara.
Ahora trabajo en un bufete de abogados. El
viernes por la noche es de casino con los amigos del despacho; pidieron
bebidas, yo encendí un cigarro. Ya que algunos bebían mientras como idiotas
jugaban blackjack o póker, celebrando jocosamente las momentáneas victorias,
decidí alejarme un poco de todo ese ambiente de ebriedad y entusiasmo sin
sentido. Tras caminar un par de metros, me encuentro en mi camino a las
máquinas tragamonedas, una sección dentro del casino relativamente tranquila.
Ya que había un asiento vacío frente a una de ellas, opto por jugar un poco
pues relajarme no me hará daño, de todas formas no tengo nada mejor que hacer
mientras espero a que los borrachos de mis colegas terminen con aquella
escandalosa reunión.
Poso
mi cuerpo frente a la máquina, con una mano encendí otro cigarro mientras que
con la otra deposité una ficha en la ranura correspondiente. Jalé la palanca y
esperé el resultado. Primera partida: perdí. Bueno, en realidad no esperaba
otra cosa, supongo que estos juegos siempre están truqueados para que uno nunca
gane más de 1000 pesos; suponiendo que la buena fortuna, por azares del destino
o un pacto con el diablo, te sonríe esa noche. Meteré otra ficha, ¿qué más da?
Jalo la palanca de nuevo. Dos de las figuras coinciden, pero una es distinta.
Qué triste suerte. La tercera es la vencida, así que deposito una ficha más y
nuevamente jalo la palanca, sólo para comprobar por tercera ocasión que esa
noche no era de buena suerte para mí. “Bah” reprocho para mis adentros, en
seguida me levanto del asiento y a la par que encendía un nuevo cigarrillo
comienzo a caminar en dirección opuesta a las tragamonedas para alejarme de esos
estúpidos juegos.
Tras
haber dado un par de pasos y una bocanada de humo, a mis espaldas escuché una
curiosa melodía que parecía provenir del cacharro al cual había estado
depositando fichas de juego hace apenas unos cuántos momentos, lo que me hizo voltear
en una reacción natural ante tal extraña situación. Miré fijamente aquella
máquina tragamonedas y me percaté de que era lo único que había dentro de mi
campo de visión. Ni los demás jugadores, ni las otras tragamonedas, ni los
meseros, ni los demás asistentes, ni los borrachos de mis compañeros de trabajo
se encontraban ya. Sólo esa maldita máquina reproduciendo aquella infernal
música acompañada de pequeños focos que parpadeaban al ritmo de la misma entre
una inusual penumbra. ¿Dónde he escuchado antes esa canción tan burda? Es
demasiado familiar. Aunque estoy ciertamente desconcertado por lo insólito de
aquella situación, decido acercarme un poco para inspeccionar el ruidoso
cachivache que yace justo frente a mí, iluminado por un az de luz que cae
misteriosamente desde la parte superior. A la par que inhalo profundamente del
cigarro, miro de reojo hacia arriba a ver si puedo localizar de dónde proviene
la iluminación. Aquel suceso no era para nada normal, sí, pero mi curiosidad era
tan grande que lo tomé con naturalidad; tanto que casi parecía un estúpido.
Luego
de haber saciado mi morbo por los detalles adicionales como aquella inusual
luminiscencia y la ausencia del resto de las personas en el casino, observo con
detenimiento el aspecto del tragamonedas. Al posar mis ojos en las figuras que
aparecían en la pantalla, estos se abrieron como platos y por inercia dejo caer
el cigarrillo apenas consumido a la mitad. ¡Por supuesto, esa era la razón de
que se reprodujera sin parar esa irritante música! Hay tres figuras exactamente
idénticas. Tres cerezas en línea y debajo de ellas una frase con la leyenda “$$$
YOU WIN! $$$” -¿Qué mierda está sucediendo? –Pensé. No podía creer lo que
estaba viendo, pero lo que sucedió a continuación me dejó más atónito todavía.
El
tragamonedas paró de sonar de repente. El juego de figuras y la frase, ambos
habían desaparecido de su pantalla. Por un instante no ocurrió nada; sólo
silencio y mis ojos clavados sobre la endemoniada máquina. Parpadeé dos veces
al salir del trance, y el tragamonedas seguía ahí, frente a mí, sin que
absolutamente nada pasara; así que estiré el brazo lentamente hacia la palanca,
tengo que bajarla y ver qué sucede. Lo hago. Pero nada ocurre.
Desconcertado
y fastidiado por todas aquellas estupideces, estoy decidido a marcharme de ese
lugar. Ya no me importa nada ni nadie, sólo quiero largarme a dormir. Sin
embargo, cuando enérgicamente había dado media vuelta en dirección a la salida,
un sonido proveniente de esa maldita máquina me hizo girar la cabeza
inmediatamente y en un segundo estaba inundado de millones de monedas doradas
que salen sin parar del tragamonedas. Literalmente, un mar de fichas me
arrastraba y yo oponía toda la resistencia que mi fuerza me permitía. ¡Cuánto
dinero! ¡¿Qué carajos voy a hacer con todo este dinero!? ¡Ahora puedo hacer
tantas cosas! Puedo mandar a la mierda el maldito bufete, puedo comprarme una
casa, un coche; las brillantes monedas siguen inundando la habitación y ya me
cubren hasta la cintura; puedo pagarme lujos, pagar por buenas compañías, puedo
comprar más heroína. ¿Puedo comprar más heroína? Ya no tengo que trabajar; ya
no la tengo que dejar, porque ya no me tengo que preocupar por la plata…
¡¿Cuáles casas, cuáles coches?! ¡Puedo comprar heroína para el resto de mi
vida! Ningún maldito lujo ni ninguna compañía puede ser mejor que la droga…
Estoy
listo para tomar todo el dinero que he ganado esta noche y comprar más heroína.
Pero ahora que busco todas aquellas doradas y brillantes fichas, no las puedo
encontrar. Sólo veo una jeringa sobre mi alfombra roja y la vena de mi mano que
sangra.